De la ternura que late

Todos nos revestimos de modos, gestos y rasgos que más que un carácter pueden formar, solo, un rolle social.

Todos ensayamos con ellos y buscamos la mejor tarjeta de presentación para movernos en sociedad. Resultan imprescindibles, siempre y cuando el resto conserve la inteligencia suficiente como para indagar tras de ellos y no agotar a la persona en los posibles etiquetados.

Él ha encontrado un modelo eficaz en reencarnar dar continuidad a los cómics de Zipi y Zape acompañado por el mejor de los compinches. Y desde esa propuesta, exprime todas las posibilidades de disfrute que pueda ofrecer desde la roca más alta hasta el objeto más convencional.

A partir de este punto, se exige el esfuerzo para evitar el etiquetado y no es difícil alcanzar en él una extrema sensibilidad, un firme compromiso por los frágiles, un innegociable reconocimiento del valor de la familia: de aquella que dio la biología y de aquella que dio la historia y que vive con extrema fidelidad.

Así, entre ocurrencias y risas, entre bromas y trasgresiones, la llegada de la fila de niños al CETI desde la playa le hace alternar el juego con la responsabilidad.

Dos pasos atrás para verificar que los niños van en buena fila y sin riesgo con los coches. Y una mirada que le permite el descubrimiento: una niña camina tan cansada que lo hace cogida de la mano de otro monitor por inercia y con los ojos ya cerrados... Sus fuerzas le abandonan lo que se percibe, primero, en los dedos que agarran la mano del monitor y que  van perdiendo tensión hasta estar a punto de soltarse... Pero más aún en que la niña, en su paso adormilado ha tenido un traspiés y ha perdido una de las zapatillas, sin que ello suponga que la inercia le impida continuar el paso.

Abandona su observatorio para avanzar los metros que le separan hacia la niña. Lo hace haciendo uso práctico de su fuerza y habilidad y en un mismo gesto recoger la zapatilla y tomar a la niña en sus brazos. Con la misma habilidad, antes de entrar en el CETI, ya ha devuelto la zapatilla a su lugar y camina en dirección a la casita donde habitan sus padres.

En los metros que restan a la casa de la niña la imagen genera un interrogante: ¿cuál es la verdadera identidad? ¿la del gamberro simpático o la del protector lleno de ternura?

Para los inteligentes un bello equilibrio entre ambas. Para el resto, solo la tarjeta de presentación.

Solo queda ya, terminada la operación, regresar a su rolle de "enfant terrible" y es fácil intuir que buscará a su compinche, a su hermano del alma, para compartir la anécdota primero, y buscar la nueva ocasión de la enésima maldad.

Os quiero así. PyF.

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