De las costumbres y tradiciones playeras



El verano tiene hábitos y costumbres que van gestando tradiciones. La playa de siempre, el lugar donde la familia veraneó durante años, el ratito de piscina, el gazpacho de mamá y los paseos por el marítimo emergen como una experiencia de tal fuerza que nos permite la nostalgia y luego el anhelo en el trascurso de año laboral.
Por eso, es bonito escuchar los relatos que describen estas liturgias familiares que, en el fondo, son las que dotan de identidad y sostienen una biografía.
En el CETI los niños anhelan la playa. Para ellos se trata de una aventura digna de guion hollywoodiense y un sueño que despierta las sonrisas más generosas.
Lo pueden hacer gracias a la presencia de ONGs y voluntarios que permiten constituir un improvisado ejército para movilizar a un centenar de chicos de edades muy dispares con el único requisito de ser capaz de andar.
No os extrañe que, dentro de unos años, alguno de ellos, insertos en nuestra sociedad, miren al pasado hablando de sus mejores recuerdos en la infancia que es el escenario de los sueños de toda persona:
Fila que llama la atención del viandante, los menores de seis años, cogidos de las manos de uno de los monitores; los mayores, de dos en dos, cogen sus manos entre sí. Revisión de toalla, bañador y buena capa de crema y podemos ponernos en marcha. Comienza el solemne desfile por el pasillo central del CETI que se abre camino entre papás y mamás que despiden con la mano a sus criaturas. En alguno de ellos se percibe la emoción contenida porque las penurias y el largo viaje se hicieron, en el fondo, para el disfrute de sus hijos en instantes como este.
El cortejo gana metros camino de la salida del CETI constituyéndose en el acontecimiento de la mañana que invita a los niños más coquetos a estirar la espalda para darle prestancia al acontecimiento. Ya fuera de las instalaciones y por la acera, el batallón gana metros en dirección a la parada del autobús urbano. Un amable conductor del que ojalá conociera su nombre y dirección para darle personalmente las gracias, asume la repentina invasión de toda esta muchedumbre que pretende convertir su bus callejero en otro de línea.
15 minutos de viaje que deja atrás una ciudad, pues has de saber que Melilla está hecha de dos claramente diferenciadas por el nivel económico que también refleja el urbanismo; para sumergirse en otra que abre los ojos de los niños pues se trata del mundo que les prometieron. Por fin, en la playa de san Lorenzo, espera el baño y el juego.
Mediada la mañana, botellita de agua y unos dátiles que forman parte del protocolo de cuidado de los responsables del CETI. Balones de deporte y, ¡oh maravilla!, monumental altavoz para inundar la arena de música y que mueven los pies y hacen que el baile eleve al punto culmen la fiesta y la alegría de los niños…
Quizá estés sonriendo a esta altura del post, pero no es el motivo y origen de su escritura. Porque lo más sobrecogedor es un canto que debe ser costumbre entre los niños por la facilidad y coordinación con la que lo emiten. Se lo regalan al conductor que les conduce hasta la playa y a aquél a quien les devuelve al CETI.
Últimos metros del viaje, antes de la parada final, en los que todos los niños, a coro, dedican una antífona al conductor a voz en grito: ¡Graciasss! ¡Graciasss! ¡Graciasss!




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