Crónica de la primera jornada


Con el paso de los días una de las sensaciones que emergen como dominantes es la de una cierta conciencia de pudor por los inconvenientes a los que tenemos la osadía de pretender consagrar como dificultades.
            El primer día esta sensación fue protagonizada por la acumulación de kilómetros, que ciertamente fueron unos pocos, pero cuya cantidad ha ido quedando difuminada al contrastarse con las recorridas por algunas de las personas con las que nos hemos ido encontrando.
            Salida de Madrid con incidencias de tráfico que va jalonando el primer trayecto hasta llegar a Linares. Para muchos el reencuentro con un lugar que es sagrado y que no habían podido volver a visitar desde la despedida en El Molinillo, en la mayoría de los casos llorosa.
            La progresiva entrada de los jóvenes va reproduciendo un proceso en el que el lenguaje facial advierte de un profundo choque, el generado por la vivencia de las distintas dimensiones del tiempo: la evidencia de los tres, cuatro o cinco años transcurridos con todos los cambios, experiencias y circunstancias encerrados en cada uno de los meses; junto a la sensación de que en la Parroquia de Santa Bárbara es posible sentir y vivenciar que algo permanece y continúa, y que lo eterno es palpable y medible.
            Oración frente a la imagen de santa Bárbara eternamente vinculada a su torre de las tres ventanas, para que el visitante pueda recordar aquellos relatos ahora iconográficamente expresados. Aquella joven convertida al cristianismo y rebelde ante el matrimonio concertado por su padre el sátrapa. La torre recuerda el encierro de la joven y advierte de todas las penurias de los que quieren vivir con intensidad cualquier género de convicciones. Las tres ventanas recuerdan la astucia de la joven que pidió abrir este número para que pudieran servir de meditación sobre el misterio de la Trinidad. Desde entonces, todos los que buscan la verdad, los que se aferran en sus manifestaciones, los que quieren vivir con especial intensidad, se sentirán antes o después identificados con la joven: sino en su trágico final y su muerte a manos de su padre, en la confirmación de que vivir en convicción es fuente de desgastes.
            Típico tapeo linarense para retomar la carretera y manta también originaria de estas sierras morenas y kilómetros que van abriendo los horizontes para preparar una llegada apropiada para la dignidad del gran mar.
            En el horizonte, dos grandes peñones que generan confusión. El primero el famoso de Gibraltar que deslumbra al nuevo visitante por su grandeza y que le permite intuir las implicaciones del juego político implicado. El segundo motivo de discusión para los improvisados cartógrafos que compiten en sus hipótesis de que se trate de los picos que coronan la Bahía de Cádiz, otros que sugieren posibilidades que evidencian desconocimiento, cuando no nomenclaturas que rezuman invención o disparate.
            El final del día permite resolver la incógnita con un final inesperado en el Mirador del Estrecho: se trata de los montes que sirven de respaldo a Tánger o, en otros términos, la tarjeta de presentación de África que deslumbra con una cercanía apabullante que genera una común sensación de que está mucho más cerca de lo que en principio pudiera intuirse.
            Rato de silencio para que los peregrinos puedan proyectar sobre este lugar privilegiado los sueños que albergan, de tenerlos y que más que una razón para vivir, ofrecen un sentido por el que merecería la pena morir. O la nostalgia de lo que permitía hablar de la infancia o la juventud: los tiempos en los que la vida era apasionada por estar inundada por una causa que invitaba a la alegría.
            Por la noche, el regalo impagable de una acogida con mesa puesta y corazones abiertos para sentirnos queridos sin apenas conocimiento. El Centro Contigo, pionero y referencia en el trabajo con los migrantes, lo es también en hospitalidad. Cena compartida con los que soñaron una nueva vida al otro lado del Mirador del Estrecho y que, además, tuvieron la inmensa suerte de verlo cumplido.


                       El Mirador del Estrecho. 14,5 kms separan África del continente europeo.

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