Del instinto de las aves
Seguro que habéis tenido ocasión de ver alguno de los cientos de vídeos que corren por Internet mostrando el final del proceso de recuperación del ave que vio rota su ala o que se recuperaba de las secuelas de algún furtivo.
Minutos de tensión para que el ave vuelva a sentir la atracción por su espacio vital al borde del acantilado. Minutos en los que se intuye el debate interno entre la seguridad que ofrece el brazo del cuidador y la incertidumbre por el vuelo que era experiencia cotidiana antaño.
Los minutos van acumulando una tensión que termina por desequilibrar la balanza en el platillo del riesgo y, entonces, viene por fin el salto del ave para volver al vuelo con una fluidez que genera una necesaria meditación acerca de lo cierto que es que todos tenemos nuestro espacio, nuestro lugar, nuestro hábitat natural...
Primer día de trabajo en el CETI. Nosotros estamos acostumbrados a programaciones, planificaciones y no solo nos sentimos más cómodos en esta gramática, sino que además multiplica el impacto sobre los receptores.
Pero también hemos tenido que incorporar la flexibilidad, casi la improvisación, en la medida en la que hemos trabajado en otros lugares, con otras gentes, con otros ritmos... Aquí las dificultades se miltiplican: se trata del CETI, con niños mayoritariamente árabe-parlantes, de culturas alejadas de las nuestras...
Me toca servicio de taxi-furgoneta, como en Linares, oficio al que podría dedicarme en mi próxima reencarnación.
Para las 9.30 todos en las instalaciones y puedo dar un paseo para ver si están todos colocados y cómodos.
Ya no puedo saludarlos. Los 24 están distribuidos, aunque haya sido de forma improvisada, en distintas clases. Se trata de un edificio de dos plantas en la que hay unas coquetas aulas más que dignas para los medios posibles. Con un pasillo central, a derecha e izquierda las cristaleras forman una especie de peceras desde las cuales puede disfrutarse de un verdadero espectáculo.
Con todo más o menos en orden busco un rincón en el que sentarme, acoger el sobrecogimiento y contemplar una escena que evoca a la oración de acción de gracias y la alabanza.
Como el ave que es devuelta a su espacio aéreo. Como si cada uno hubiera encontrado, de manera mágica, su espacio en el que volar.
Mi contemplación alterna entre el rostro de radiante plenitud de Lucía, de Jorge, de Pablo, de Fer... Y entre su sobrecogedora capacidad de moverse como peces en un agua compleja de niños de otras culturas y formas, de idiomas distantes y lejanos que no resultan impedimento para su trabajo.
Como en un misterioso ventanal, el paso de los minutos permite ver las correcciones que unos monitores se hacen a otros corrigiendo posiciones en el aula, buscando con la mirada estrategias improvisadas para mejorar las prestaciones de la sesión en aula, ojos engrandecidos ante una idea que puede facilitar el trabajo realizado...
Un espectáculo escandaloso.
Dos de los educadores del CETI se acercan como si quisieran asomarse también a mi simbólico ventanal.
- ¡Qué bien están!
- ¡Son muy muy buenos! ¡Pero muy jóvenes!
- ¿De dónde habéis sacado a esta gente?
Y comienza una acelerada clase de historia parroquial para explicarles con "twetts" condensados el trabajo de Carmen Llamas, primero, ahora de María en los talleres de Cáritas cuando apenas eran unos críos; de los Camilos; de sus campamentos de medianos en Ávila y nuestros amigos de la Asociación Síndrome de Down; de su amado Linares; del significado de Arrallanes y de El Cerrillo; de Ampara, de teatros navideños ... y de tantas y tantas experiencias que parecen haber formado de un programa privilegiado que genera esta fluidez.
Los educadores regresan a sus tareas compartiendo la admiración en forma de comentarios.
Yo puedo disfrutar emocionado, unos minutos más, de un icono privilegiado: de cómo el Cristo de los pobres se ha hecho presente en sus cortas vidas.
Minutos de tensión para que el ave vuelva a sentir la atracción por su espacio vital al borde del acantilado. Minutos en los que se intuye el debate interno entre la seguridad que ofrece el brazo del cuidador y la incertidumbre por el vuelo que era experiencia cotidiana antaño.
Los minutos van acumulando una tensión que termina por desequilibrar la balanza en el platillo del riesgo y, entonces, viene por fin el salto del ave para volver al vuelo con una fluidez que genera una necesaria meditación acerca de lo cierto que es que todos tenemos nuestro espacio, nuestro lugar, nuestro hábitat natural...
Primer día de trabajo en el CETI. Nosotros estamos acostumbrados a programaciones, planificaciones y no solo nos sentimos más cómodos en esta gramática, sino que además multiplica el impacto sobre los receptores.
Pero también hemos tenido que incorporar la flexibilidad, casi la improvisación, en la medida en la que hemos trabajado en otros lugares, con otras gentes, con otros ritmos... Aquí las dificultades se miltiplican: se trata del CETI, con niños mayoritariamente árabe-parlantes, de culturas alejadas de las nuestras...
Me toca servicio de taxi-furgoneta, como en Linares, oficio al que podría dedicarme en mi próxima reencarnación.
Para las 9.30 todos en las instalaciones y puedo dar un paseo para ver si están todos colocados y cómodos.
Ya no puedo saludarlos. Los 24 están distribuidos, aunque haya sido de forma improvisada, en distintas clases. Se trata de un edificio de dos plantas en la que hay unas coquetas aulas más que dignas para los medios posibles. Con un pasillo central, a derecha e izquierda las cristaleras forman una especie de peceras desde las cuales puede disfrutarse de un verdadero espectáculo.
Con todo más o menos en orden busco un rincón en el que sentarme, acoger el sobrecogimiento y contemplar una escena que evoca a la oración de acción de gracias y la alabanza.
Como el ave que es devuelta a su espacio aéreo. Como si cada uno hubiera encontrado, de manera mágica, su espacio en el que volar.
Mi contemplación alterna entre el rostro de radiante plenitud de Lucía, de Jorge, de Pablo, de Fer... Y entre su sobrecogedora capacidad de moverse como peces en un agua compleja de niños de otras culturas y formas, de idiomas distantes y lejanos que no resultan impedimento para su trabajo.
Como en un misterioso ventanal, el paso de los minutos permite ver las correcciones que unos monitores se hacen a otros corrigiendo posiciones en el aula, buscando con la mirada estrategias improvisadas para mejorar las prestaciones de la sesión en aula, ojos engrandecidos ante una idea que puede facilitar el trabajo realizado...
Un espectáculo escandaloso.
Dos de los educadores del CETI se acercan como si quisieran asomarse también a mi simbólico ventanal.
- ¡Qué bien están!
- ¡Son muy muy buenos! ¡Pero muy jóvenes!
- ¿De dónde habéis sacado a esta gente?
Y comienza una acelerada clase de historia parroquial para explicarles con "twetts" condensados el trabajo de Carmen Llamas, primero, ahora de María en los talleres de Cáritas cuando apenas eran unos críos; de los Camilos; de sus campamentos de medianos en Ávila y nuestros amigos de la Asociación Síndrome de Down; de su amado Linares; del significado de Arrallanes y de El Cerrillo; de Ampara, de teatros navideños ... y de tantas y tantas experiencias que parecen haber formado de un programa privilegiado que genera esta fluidez.
Los educadores regresan a sus tareas compartiendo la admiración en forma de comentarios.
Yo puedo disfrutar emocionado, unos minutos más, de un icono privilegiado: de cómo el Cristo de los pobres se ha hecho presente en sus cortas vidas.
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